La recámara adolescente ¿un campo de batalla?
Aunque podría pensarse que es un tema irrelevante, trivial y poco trascendente, pienso que conviene hablar de la habitación adolescente por su relevancia en la vida cotidiana de la familia y por su potencial conflicto entre padres e hijos.
La recámara es el lugar donde el adolescente comienza a afirmarse como sujeto independiente, donde reclama su espacio y su tiempo, los cuales son notoriamente diferentes a los otros miembros de la familia.
Entiendo a la recámara del adolescente como un espacio que pueda llamar suyo y sobre el que tiene responsabilidad y control. Es suyo a pesar de estar en la casa de los padres; al igual que él y que su cuerpo, que son suyos a pesar de ser producto de los padres.
La recámara del adolescente es muchas veces motivo de discusiones familiares donde se exige al adolescente que tenga sus cosas ordenadas y limpias. Sin embargo, lo que cada quien entiende como “orden necesario para vivir” es diferente.
Hay padres para los que barrer semanalmente es poco y, otros, para los que es crucial que todo esté ordenado. Hay quienes insisten en que la vida ordenada es la vida adecuada, que el orden es vital para vivir.
Pero, ¿verdaderamente es tan necesario que un adolescente tenga toda su vida ordenada? Y lo que es más, ¿realmente podría tener su vida ordenada? Ordenar implica jerarquizar, clasificar, planear y controlar. ¿Podría un adolescente ordenar sus metas, sus afectos, sus reacciones corporales, sus impulsos? ¿Podría la vida adolescente estar ordenada? Y si lo estuviera, ¿sería bajo el criterio de los padres el orden que mejor le conviene para vivir?
Muchas veces lo que perdemos de vista es que cuando le imponemos a alguien a vivir de cierta forma estamos obligándolo a ajustarse a nosotros; estamos controlando sus acciones- y con eso de que uno se define por sus acciones- podríamos decir que estamos controlando también su identidad. Por supuesto hay formas en que la identidad y las acciones tienen que ser limitadas, sería contracultural no hacerlo. Sin embargo, ¿realmente es crucial para el bienestar familiar la posición de los cuadernos de la escuela o la distribución de los desodorantes y los zapatos en el cuarto?
Por otra parte quizás convendría replantearse el asunto desde otra perspectiva, ¿estamos dispuestos a pelear por cada ‘cosita’ que nos parezca desordenada en el cuarto del adolescente? ¿Habrá alguien que tenga tal nivel de energía para discutir incansablemente como lo hacen algunos jóvenes?
Y quizás sería importante pensar porqué se discute. Nadie pelea por algo que considere irrelevante o inútil. Si peleamos es porque algo terriblemente injusto está ocurriendo y donde es vital para la vida humana que no continúe. ¿Porque será que los adolescentes defienden tan enérgicamente su espacio y su independencia?
Habrá que evaluar cada enfrentamiento, pero en general quizás todos haríamos lo mismo cuando se nos quiere imponer una forma de ser y de vivir, cuando parece que tenemos que aceptar con naturalidad una verdadera invasión a nuestra privacidad y donde es evidente que el asunto es más una lucha de poder que la necesaria enseñanza de normas sociales y peligros cotidianos en casa.
¿Realmente la ropa fuera de lugar es un peligro para la vida, un atentado contra las normas sociales?
Julián Gómez Sepúlveda
Psicoterapeuta psicoanalítico enfocado al trabajo clínico con adolescentes y adultos. Egresado de Posgrado de la UNAM donde hizo la maestría y donde también cursó un diplomado sobre psicoanálisis y educación. En la misma línea, es docente universitario desde hace 5 años, luchando así por favorecer el pensamiento desde diferentes trincheras.
Correo electrónico: [email protected] @JuGomez21