#MiOtraVida/Las mantenidas

Columna #MiOtraVida. Por Lilyán De La Vega. Platicando con una amiga muy querida, compañera de sueños e ideales y colega de cuestionamientos existenciales, llegamos al tema de “las mantenidas por los maridos”.

¿Qué mundos tengo dentro del alma que hace tiempo
vengo pidiendo medios para volar?—Alfonsina Storni.

“Las mantenidas por los maridos”, todo un fenómeno social producto del patriarcado (ya explico por qué), que se utiliza como adjetivo para describir a las mujeres que realizan un trabajo, si bien demandante y de enorme responsabilidad, no remunerado, cero reconocido e incluso menospreciado. Hablábamos pues de las mujeres –en este caso en relaciones heterosexuales, aunque el fenómeno puede aplicar también para otros rubros- que se dedican a administrar su casa, a criar a sus hijos y a brindar apoyo moral y logístico a sus esposos –o ex esposos. Por lo general, estos cónyuges o ex cónyuges, trabajan a tiempo completo y no tienen el tiempo –o la disposición- para hacerse cargo de la administración de su casa, la crianza de sus hijos, y la logística doméstica propia (desde el mantenimiento de su espacio, el cuidado de su ropa, la planeación, compra y elaboración de sus alimentos, entre otras).

“Las mantenidas” incluyen también a mujeres que, además de llevar a cabo el trabajo no remunerado relacionado con la casa y con los hijos, tienen actividades que pueden realizar desde casa, o en medio tiempo, o de manera free-lance, pero cuya remuneración es simbólica e insuficiente para dejar de ser económicamente dependientes. A esta combinación de actividades domésticas y profesionales o laborales, se le llama doble (o triple…) jornada, y es característica principalmente de las mujeres –tanto de “las mantenidas” como de las proveedoras.

Ser “las mantenidas” no es un estado inherentemente femenino, ni universal, ni permanente. Es decir, no por ser mujeres estamos destinadas a ser “las mantenidas”; no todas las mujeres lo son; y quienes ostentan el mote en un momento dado, pueden serlo toda una vida, intermitentemente o por un período en específico (i.e. los primeros años de la crianza de los hijos). Algunas lo son por elección, otras por imposición, y a lo largo del tiempo el juicio social al respecto ha variado: desde ser considerado lo “decente” hasta ser juzgado con desdén.

Algunas de “las mantenidas”, ostentan el mote con orgullo y un dejo de triunfalismo, otras lo hacen con vergüenza o culpa, y para otras más, especialmente de generaciones anteriores a los millenials, es lo natural y lo justo. Pero aquí, no quisiera darle un juicio de valor, sino más bien, compartir contigo la reflexión que tuvimos mi amiga y yo en esta larga charla telefónica que nos confirmó por qué es importante que sigamos trabajando por la equidad de derechos y oportunidades para las mujeres, incluso si somos “mantenidas”. Y es que, aunque por una parte pueda ser un privilegio para ellas y una carga para ellos, es también una condición que refuerza la indeseable “guerra de los sexos” al representar una vulnerabilidad para ellas y un instrumento de poder opresivo para ellos.

Más allá de la opinión que cada uno tengamos acerca de este tema desde nuestros distintos roles y circunstancias, lo que es un hecho es que las expectativas y presión social favorecen la prevalencia de “las mantenidas”. ¿En cuántos de nuestros anecdotarios no está el cuestionamiento que se le hace a una madre profesionista, casada, cuando toma la decisión de regresar a trabajar porque no quiere abandonar su proyecto profesional, aunque no lo necesite, porque su marido puede “mantenerla”?

 La inequidad en los ingresos entre hombres y mujeres es justificada por las empresas por muchos prejuicios que, en muchos casos, están relacionados con expectativas sociales con respecto a los roles que la mujer juega en la familia y que, socialmente se considera, deben ser prioritarios para ella. Por ejemplo, se espera que sean las mamás las que asistan a las juntas de las escuelas de los niños; que sean ellas quienes se encarguen de los familiares enfermos o ancianos; que sean ellas quienes tomen la incapacidad por maternidad cuando tienen un hijo; que sean ellas las que se ocupen del trabajo no remunerado que describimos al principio, aún si tienen un trabajo remunerado de tiempo completo. Y si todo esto se cumple y la mujer, efectivamente, tiene múltiples jornadas, es comprensible que las empresas no esperen un compromiso, una dedicación y una energía como la que podría tener un empleado masculino cuya prioridad sea su trabajo remunerado. Aunque a menudo, las mujeres sorprenden a sus empleadores con su nivel de responsabilidad y compromiso, independientemente del número de jornadas que realice.

Pero todas esas expectativas acerca del rol de la mujer en su familia, no son más que un constructo social. No es inherente a las mujeres que les importe más ir a la junta de la escuela que atender la junta del Consejo Directivo. Es lo que socialmente se espera de ellas, y es esta expectativa y no su verdadero sentir, lo que le impone un hándicap en el mundo corporativo que se traduce, eventualmente, en el Techo de Cristal, el límite máximo al que las mujeres pueden llegar en el escalafón profesional por el simple hecho de ser mujeres.

Ante este panorama, es sumamente injusto el reclamo que se hace a muchas: “¿No que querían igualdad para las mujeres? A ver, pues mantengan su casa al 50%”. El argumento presume una incongruencia en el discurso de equidad, pero es una crítica que no soporta un análisis objetivo. Ante la inequidad existente incluso en la percepción que se tiene de la capacidad femenina para comprometerse profesionalmente por el simple hecho de ser mujer, y por supuesto la inequidad en el sueldo que perciben las mujeres por el mismo trabajo realizado que sus colegas hombres, es poco realista –y también injusto- esperar que las mujeres –especialmente las mujeres casadas y con hijos-, tengan la misma posibilidad que los hombres para ser proveedoras en la misma medida.  No por falta de capacidad, sino por falta de igualdad de oportunidades. Y por supuesto, existen mujeres, madres y casadas, que son las principales proveedoras de su familia, pero no es, por mucho, la norma.
En ese sentido, incluso aquellas que son “las mantenidas” por supuesta elección personal, son en realidad un producto de un determinismo cultural patriarcal que, por fortuna, es posible transformar. Aunque aún se requiere de un trabajo de concientización enorme, porque este determinismo está tan normalizado, que se vuelve invisible para muchos y engañosamente atractivo para otras.

Y para las partidarias de sentirnos culpables, deshagámonos de la culpa tan inútil en todos los casos. Y sigamos trabajando, en el contexto que tenemos, por erradicar las causas que dan pie a este fenómeno involuntario. Hagámoslo por nosotras, pero también y sobre todo por los que vienen. Para que el día de mañana, cuando alguien decida, porque así lo desea su corazón, ser “la/el mantenida/o” y dedicar sus días y sus años al cuidado de su familia y de su casa, lo haga desde una verdadera convicción y libertad; reciba el reconocimiento e incluso la remuneración que merece, y tenga siempre la posibilidad, si así lo desea, de cambiar de rumbo y saber que existen oportunidades, más allá de si es hombre o mujer.

Lilyán de la Vega es Coach de Vida, Instructora de Meditación, Conferencista, Activista por la Sororidad y Autora del libro Lecciones para Volar para una Bruja Moderna, publicado por Ediciones B.  Transformación Personal desde lo Femenino.

 

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