Los anticoagulantes pueden salvar vidas, pero hay riesgos médicos

La fibrilación auricular es una frecuencia cardíaca irregular y rápida que generalmente deriva en mala circulación corporal. Los síntomas suelen ser, entre otros, de palpitaciones, asfixia y debilidad. Con esta condición las dos cámaras cardíacas superiores, llamadas aurículas, laten caóticamente rápido y no tienen sincronía con las cámaras inferiores, llamadas ventrículos.

Ese ritmo cardíaco anormal puede hacer que se acumule sangre en las aurículas y se formen coágulos, que pueden desprenderse y viajar desde el corazón al cerebro y, una vez allí, no solamente obstruir el flujo sanguíneo sino también provocar un accidente cerebrovascular. De igual manera, los coágulos de la fibrilación auricular pueden alojarse en otros vasos sanguíneos e interrumpir el flujo sanguíneo al riñón, la pierna, el colon u otras partes del cuerpo, explica Martha Grogan, especialista de Enfermedades Cardiovasculares de Mayo Clinic.

Los anticoagulantes son medicamentos que licúan la sangre y pueden reducir mucho el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular u otros daños a consecuencia de los coágulos sanguíneos formados en quienes tienen fibrilación auricular. Estos retrasan la coagulación de la sangre y, de esa manera, dificultan la formación de coágulos e impiden a los ya existentes aumentar de tamaño.

Durante años, el anticoagulante que normalmente se usaba para la fibrilación auricular era la warfarina, que si bien es eficaz para prevenir la formación de coágulos, también es un medicamento potente que conlleva efectos secundarios serios, tales como bajo riesgo de sangrado dentro del cerebro u otra parte del cuerpo.

Cuando el nivel de este medicamento es muy alto, es más probable que se produzca un sangrado; pero cuando es muy bajo, es más probable que se formen coágulos. Muchos medicamentos interfieren con la warfarina y pueden aumentar o disminuir su nivel en la sangre, por lo que las personas que la toman necesitan hacerse análisis de sangre regulares para verificar que la dosis esté correcta.

Los nuevos fármacos llamados anticoagulantes orales de acción directa (ACOD), como el apixabán, el rivaroxabán y demás, son otras alternativas. Estos fármacos son de acción más corta que la warfarina y no requieren análisis de sangre para controlar el riesgo de sangrados ni de coágulos. Normalmente se administran una o dos veces diarias y tienen menos interferencia farmacológica o alimentaria que la warfarina, comenta la doctora Grogan.

Hoy en día, los anticoagulantes orales de acción directa suelen ser la primera alternativa en la terapia de anticoagulación, aunque la warfarina todavía puede ser la alternativa correcta en ciertas ocasiones. Por ejemplo, en las personas con fibrilación auricular por enfermedad de las válvulas cardíacas, así como en quienes tienen prótesis de válvulas cardíacas o estenosis mitral. Los anticoagulantes orales de acción directa tampoco son recomendables para las personas con enfermedad hepática grave ni para quienes toman ciertos medicamentos.

Cualquiera que sea el anticoagulante, el proveedor de atención médica tendrá como objetivo una dosis y tomará en cuenta el riesgo de coagulación, así como otros problemas de salud del paciente. La administración de la warfarina implica hacer controles regulares para verificar que el tiempo de coagulación sanguínea permanece dentro de un determinado rango. Por lo general, este tipo de control requiere análisis de sangre mensuales que se llevan a cabo en el consultorio médico. Varias instituciones médicas, también ofrecen programas para control domiciliario de la warfarina, una vez que el paciente llega a una dosis estable durante un período mínimo de tres meses, concluye la especialista.

 

 

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